Las embarazadas que viven en zonas de gran altitud dan a luz bebés más delgados y pequeños, hasta 100 gramos menos por cada 1.000 metros sobre el nivel del mar, según una investigación de la Universidad de Medicina de Viena, que indica que esa diferencia es especialmente persistente entre los prematuros.
El estudio «El efecto de la altitud en la relación peso-tamaño al nacer», publicado en la revista High Altitude Medicine and Biology, ha analizado millones de casos a lo largo de 36 años para ver cómo afecta la altitud durante el embarazo al peso de los bebés.
Según los investigadores, este efecto está relacionado con una reducción de oxígeno por la menor presión atmosférica, que también influye en la salud del niño a lo largo de su vida, en especial en el sistema cardiovascular.
Los investigadores examinaron los datos de 2.240.439 mujeres embarazadas y sus hijos que residían durante el embarazo en altitudes entre los 118 y 1.666 metros en Austria desde 1984 a 2019.
El impacto de la altitud en el peso se ha ido reduciendo con los años, pasando de los 2,66 gramos menos por cada centímetro de altura de los bebés entre 1984 y 1986, a 1,96 gramos entre 2017 y 2019.
Esa reducción se debe, según los investigadores, a una mejoría en la atención médica en los últimos años y a una «creciente concienciación de las mujeres embarazadas de Austria sobre comportamientos saludables, como la abstención de fumar y de consumir alcohol».
Sin embargo, entre los bebés prematuros no se ha observado ese descenso: su peso es 1,5 gramos por centímetro más bajo a niveles de 1.000 metros de altura que el de los niños gestados a cotas más bajas.
Esa persistencia «todavía no puede explicarse médicamente», según recoge el estudio.
«Probablemente se deba a que el feto da un estirón especial en el último trimestre del embarazo y entonces reacciona de forma más sensible a los cambios», explican los investigadores.
Los autores del estudio, Katrin Klebermass, Thomas Waldhör y Lin Yang, doctores e investigadores la Universidad de Medicina de Viena, subrayan que esto prueba que los efectos de la altitud en el crecimiento del feto son «más evidentes» en las últimas etapas del embarazo.
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