Cuando se han comido grasas existe el deseo de consumir más y los científicos han descubierto, en un estudio en ratones, que hay un mecanismo que une intestino y cerebro responsable de este comportamiento, publica Nature.
Estos hallazgos podrían conducir en un futuro a tratamientos o medidas para ayudar a tratar la obesidad y los trastornos asociados, según el Instituto Médico Howard Hughes (Estados Unidos), que es uno de los firmantes de la investigación.
El sabor en la boca de platos especialmente ricos en grasas explica solo, en parte, el deseo de comerlos, pero para entender realmente lo que impulsa "nuestro insaciable apetito por las grasas", hay que examinar lo que ocurre después de consumirlas, explicó el responsable del estudio, Charles Zuker.
En una investigación previa, el equipo ya había señalado que el azúcar, al llegar al intestino, desencadena señales que se envían al cerebro, alimentando así los antojos de dulces, y el nuevo artículo describe un circuito similar que subyace a la preferencia por las grasas.
"El intestino es la fuente de nuestro gran deseo de grasa y azúcar", destacó Zuker citado por Instituto Médico Howard Hughes, por lo que el equipo intentó descubrir, en esta ocasión, qué impulsa la preferencia por las grasas.
El equipo, compuesto también por investigadores de la Universidad de Columbia, realizó una serie de experimentos con ratones para probar su hipótesis de que la preferencia por la grasa se produce tras la ingestión de alimentos ricos en ella.
Así, ofrecieron a los roedores dos botellas, una con edulcorante artificial y otra con grasa, y comprobaron que ambas opciones eran igual de atractivas al principio, pero la segunda era la clara favorita 48 horas después.
Los edulcorantes artificiales solo envían señales al cerebro al llegar a la lengua, pero no después de ser ingeridos, mientras que la grasa sigue alertando al cerebro de su presencia después de la ingestión, incluso después de llegar al intestino, impulsando así nuestro deseo de consumirla.
Este ensayo de comportamiento fue un primer paso crucial en el estudio, pues permitió empezar a diseccionar dónde está el circuito sensor de grasa y ver su impacto, tanto en la fisiología como en el comportamiento, explicó el centro médico en un comunicado.
El equipo descubrió que la detección de la grasa se produce mediante una serie de pasos: al entrar en el intestino, la grasa se une a unos receptores especiales que transmiten señales a las neuronas a través del eje intestino-cerebro y activan las neuronas del tronco cerebral.
El resultado final es que el resto del cerebro recibe el mensaje de que ha consumido grasa y se siente bien.
El grupo estudia ahora qué ocurre con las señales activadas por las grasas una vez que llegan al tronco cerebral, pues “es necesario que se transmitan al resto del cerebro para que, en última instancia, se activen los circuitos que te dan esa motivación para seguir consumiendo grasa", dijo Zuker.
EFE