Al principio de la pandemia del SARS-COV-2, fueron numerosas las personas que padecieron una disfunción olfativa. Incluso algunas intuyeron que podían estar infectadas de COVID-19 porque habían perdido el olfato.
Aunque este es uno de los síntomas menos habituales del coronavirus según la OMS unos 4 de cada 10 pacientes suelen padecerla, según se desprende del estudio de “seroprevalencia en el Covid” del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII).
Existen innumerables causas que pueden llevar a perder el olfato, pero entre ellas destaca el avance de la edad. El doctor Valery Núñez aclara que, aparte de las infecciones víricas como la gripe o los resfriados, trastornos de la nariz, como los pólipos, o de los senos paranasales pueden dar lugar a esa pérdida olfativa.
“El resultado puede ser una disminución del interés por la comida y una pérdida gradual de peso, o una tendencia a condimentar en exceso los alimentos con sal o azúcar; lo que puede perjudicar el control de la hipertensión o de la diabetes, problemas habituales en las personas mayores”, advierte
Explica que la disfunción olfativa, la reducción en la capacidad adecuada de percibir los olores, tiene profundos efectos en la calidad de vida de la persona y afecta tanto a la capacidad de experimentar olores agradables, como a la hora de detectar olores y sustancias potencialmente nocivas.
Ante una falta de olfato en el día a día, determinante por ejemplo a la hora de detectar si hay humo o se está quemando algo, el doctor Valery Núñez defiende que en sus casas todo el mundo debería tener detectores de humo que funcionen, y en el caso concreto de una persona con un trastorno del olfato también debería contar con un detector de gas natural o de propano, no vaya a ser que no detecte una fuga y provoque una explosión.