Principalmente debemos saber que el alcohol tiene efectos diuréticos, es decir, que activa nuestro sistema renal y hace que el cuerpo elimine los líquidos de la sangre a un ritmo mucho más rápido que otros líquidos.
Esto es lo que hace que nuestro cuerpo se empiece a deshidratar, lo que tiene como otra consecuencia el típico dolor de cabeza que sentimos cuando bebemos demasiado alcohol.
Además de sus propiedades diuréticas, el consumo de alcohol nos puede causar deshidratación más rápido por diferentes razones.
Por ejemplo, si bebemos con el estómago vacío. Después de tomar una bebida, tanto el contenido líquido como el alcohol de la bebida pasan a través del revestimiento del estómago y del intestino delgado al torrente sanguíneo. Si no hemos comido nada, el alcohol se puede absorber en el torrente sanguíneo en cuestión de minutos. Si comemos algo o bebemos agua, puede tardar más.
Cuando entra en el torrente sanguíneo, el alcohol puede legar a cualquier parte del cuerpo, incluido el cerebro. Esto explica por qué nos notamos más ebrios cuando bebemos mucho.
El metabolismo del cuerpo puede convertir algunos componentes del alcohol en nutrientes y energía. Esto se produce a una velocidad equivalente a tomarse una cerveza, un vaso pequeño de vino o un trago de licor por hora.
Cuando el alcohol es procesado por enzimas en el hígado se convierte en acetaldehído, una sustancia que en altas dosis puede llegar a ser tóxica. El hígado se encarga de convertirla en acetato, pero si abusamos del alcohol, la tarea se dificulta.
El alcohol también reduce la cantidad de vasopresina que genera el cuerpo tu cuerpo hace. La vasopresina es una hormona antidiurética que hace que el cuerpo retenga agua, lo que generalmente limita la cantidad de orina que producen los riñones. Si eliminamos esta hormona, se dispara el efecto diurético y conduce a la deshidratación.
Cuando nuestro cuerpo está deshidratado por el alcohol, se producen varios efectos. Por ejemplo, el hígado puede resultar dañado por la acumulación excesiva de grasas y proteínas, así como por la formación de cicatrices, lo que puede provocar enfermedades hepáticas y cirrosis. Además, los riñones pueden verse perjudicados por la presión arterial alta y las toxinas, mientras que el cerebro puede perder algunas de sus principales funciones cognitivas, como tomar decisiones y responder al entorno.
Con informacion de Mundo Deportivo