La eliminación de harinas, especialmente las refinadas, es un terreno como estrategia nutricional entre quienes buscan mejorar su salud metabólica o reducir peso corporal. Aunque inicialmente asociada a condiciones médicas como la celiaquía, esta práctica se ha extendido a personas sin intolerancias específicas, motivadas por el interés en optimizar su alimentación diaria.
Diversos estudios, como los realizados por el Hospital Universitario Miguel Servet de Zaragoza, (España), señalan que reducir el consumo de alimentos ricos en almidones puede contribuir a la prevención de enfermedades crónicas.
Entre los beneficios más destacados se encuentran la disminución de triglicéridos, el control de la presión arterial y una mejor regulación de la glucosa, factores clave en la protección cardiovascular.Uno de los efectos más inmediatos de limitar las harinas refinadas es la pérdida de peso.
Al reducir la ingesta de carbohidratos simples, se tiende a consumir menos calorías, lo que favorece la disminución del tejido adiposo.
Las harinas integrales, que conservan el salvado, el germen y el endospermo del grano, representan una opción más nutritiva frente a las refinadas. También se destacan las harinas de legumbres, como las de arvejas y garbanzos, por su elevado contenido proteico y bajo índice glucémico.
Estas alternativas permiten diversificar las preparaciones culinarias sin comprometer el equilibrio nutricional.No obstante, eliminar completamente las harinas de la dieta puede generar efectos adversos.
Los carbohidratos que contienen son la principal fuente de energía para el cuerpo humano, esenciales para el funcionamiento muscular y cerebral. Su ausencia puede provocar fatiga, disminución del rendimiento físico y alteraciones en el estado de ánimo, especialmente durante las primeras semanas de adaptación.