Las enfermedades bucales, afectan a cerca de tres mil 700 millones de personas en el mundo, según datos recientes de la Organización Mundial de la Salud. Dentro de este grupo, los trastornos de mordida, como la maloclusión, comprometen funciones clave del organismo, con repercusiones en la postura, la digestión y el sistema musculoesquelético.
Una mordida adecuada requiere que los dientes encajen con precisión, sin apiñamientos ni separaciones excesivas. Cuando esta armonía se pierde, se altera la mecánica mandibular y se genera presión desigual sobre las piezas dentales. Esta condición puede derivar en dolor muscular, disfunción de la articulación temporomandibular y dificultades para masticar, explica Vladislav Nikitin, especialista en biomecánica.
El desequilibrio mandibular activa un mecanismo compensatorio que afecta el sistema musculoesquelético. Se tensan los músculos del cuello y la cintura escapular, lo que modifica la postura y puede provocar curvaturas anormales en la columna vertebral. También se observan migrañas, mareos y alteraciones en la posición de la pelvis, las rodillas y los pies.
La odontóloga Randi Green, advierte que estos efectos pueden generar rotaciones vertebrales, pérdida de la curvatura cervical y rigidez muscular. La maloclusión, además, compromete la eficiencia de la masticación, lo que repercute en el proceso digestivo. Un bolo mal triturado exige mayor esfuerzo gástrico y puede provocar acidez, pesadez y gastritis.
Estudios recientes vinculan la mordida defectuosa con trastornos gastrointestinales, dificultades en la absorción de nutrientes, problemas del habla, apnea del sueño y mayor riesgo de caries. La presión desigual sobre las mandíbulas también incrementa la posibilidad de traumatismos dentales.
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