El presidente, Vladímir Putin, ha recetado nueve días de vacaciones a los rusos, una «cuasi cuarentena» impuesta ante el aumento de casos y entre sospechas acerca del verdadero alcance de la COVID-19 en el país.
Rusia lleva desde finales de enero -cuando cerró la frontera con China- tomando medidas graduales para evitar una mayor expansión del coronavirus, pero ha sido en los últimos días, siguiendo el ejemplo de las restricciones decretadas por el alcalde de Moscú, Serguéi Sobianin, en los que el Gobierno ha entonado un tono más serio para proteger a los casi 147 millones de habitantes del país.
No ha sido hasta este jueves, una vez superado el medio millar de casos que Putin sintió la necesidad de dirigirse a la nación.
Lo hizo después de haber visitado el miércoles un hospital en Moscú que trata a pacientes de la COVID-19 y tras escuchar del médico jefe y de Sobianin, a la son jefe del grupo de trabajo para la lucha contra la propagación del coronavirus, cuán seria es la situación y que el número real de casos podía ser «mucho mayor».
En un país que recuerda aun cuando las autoridades de la URSS silenciaron durante meses la catástrofe de Chernóbil, las sospechas crecían conforme avanzaban las semanas en boca de algunos expertos y miembros de la oposición, como la médica Anastasía Vasílieva, líder del sindicato Alianza de Médicos y cercana al líder opositor Alexéi Navalni.
EFE