La salud es uno de los temas más trascendentes en la sociedad moderna, sobre todo cuando la perdemos de forma esporádica o definitiva. Somos seres que nos relacionamos con el medio, y por lo tanto, estamos en un riesgo constante de sufrir perjuicios tanto intrínsecos como extrínsecos.
Como todas las especies del planeta, los humanos tenemos como fin último el desarrollo: nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. La enfermedad es una parte tan esencial de la vida como la salud, pues es esta amenaza silenciosa la que le da sentido a la existencia y la circunscribe en un periodo concreto y finito.
Así pues, entender las diferencias entre enfermedades infecciosas y no infecciosas es una cuestión que va mucho más allá de un conglomerado lingüístico. Por muy obvia que pueda parecer la temática, te aseguramos que el mundo subyacente a estas terminologías te sorprenderá.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la enfermedad se define como “una alteración o desviación del estado fisiológico en una o varias partes del cuerpo, por causas en general conocidas, manifestada por síntomas y signos característicos, y cuya evolución es más o menos previsible”. Desde un punto de vista un poco más analítico, podemos definir a este estado como una falta de normalidad.
Así es: la enfermedad es fisiológicamente anormal, una situación transitoria o definitiva en la que el paciente muestra síntomas y signos que se escapan de la “media fisiológica” esperada para él en un tiempo y espacio concretos. Esta persona puede presentar signos, que son manifestaciones objetivas observadas en la exploración médica (por ejemplo, manchas rojas) o síntomas, que se refieren a las percepciones de malestar subjetivas percibidas por el individuo (por ejemplo, el dolor de cabeza no se puede ver).
Como la enfermedad es una parte de la vida tan esencial como el respirar, no nos sorprende conocer que más del 90 % de la población mundial presenta algún tipo de patología de gravedad variable. Vamos más allá, pues se calcula que solo el 5 % de los seres humanos vivos en cualquier momento y en cualquier lugar están “sanos del todo”. Una vez puesto en perspectiva el concepto de enfermedad, exploremos las 3 diferencias entre enfermedades infecciosas y no infecciosas.
En primer lugar, una enfermedad infecciosa se define como aquella que es producto de, valga la redundancia, la infección por un microorganismo. Estos seres microscópicos se agrupan bajo el término común “germen”, una palabra que aporta bastante confusión.
Esto es porque debemos tener claro que no todos los gérmenes o microorganismos son patógenos: por ejemplo, cerca de 500 especies de bacterias viven en nuestro intestino grueso y nos ayudan a descomponer alimentos, obtener vitaminas y nos otorgan protección y desarrollo inmunológico. Algunos gérmenes pueden ser comensales o incluso simbiontes con el ser humano, sobre todo si hablamos de bacterias. Por ello, podemos afirmar que son los gérmenes patógenos los que producen perjuicios en el individuo al multiplicarse dentro o sobre él. Encontramos diversos seres microscópicos en esta categoría:
De nuevo, es esencial recalcar que no todos los gérmenes o microorganismos son patógenos, pues incluso existen cepas víricas que no causan ningún tipo de daño sobre el hospedador. Diversos estudios exploran cada vez más la función de algunos agentes supuestamente dañinos, y se está descubriendo que en ocasiones pueden llegar a ser mucho más beneficiosos de lo que en un principio creíamos. ¿No os resulta sorprendente que el 8 % del genoma humano sea de origen vírico? Esta cifra habla por sí sola.
Por otro lado y cambiando de tercio, una enfermedad no transmisible o no infecciosa (ENT) es aquella que, valga la redundancia nuevamente, no es causada por un proceso infeccioso. En este caso estamos ante patologías que suelen caracterizarse por cierta cronicidad, es decir, que no desaparecen en unos pocos días como sí es el caso de las patologías de origen infeccioso. En este caso, tenemos cuatro agentes causales claros, aunque hay miles más:
Claramente y como podemos ver, estamos ante una serie de patologías que se encuentran estrechamente ligadas a los hábitos insanos y sedentarios tan asentados en nuestra sociedad, sobre todo en los países de ingresos altos. De todas formas, no todas las ENTs corresponden a factores sociales y ambientales, pues en este grupo también se engloban a las enfermedades genéticas.
Diferenciar estas patologías del ambiente del individuo es erróneo, pues se sabe (y aún se está investigando) que el entorno del paciente con una predisposición genética a cierta patología puede jugar un papel esencial en su desarrollo en muchos casos. Aun así, creemos que la idea general queda clara: las enfermedades infecciosas se producen por gérmenes, mientras que las no infecciosas suelen estar relacionadas a los malos hábitos de vida y factores intrínsecos al individuo.
Por muy obvio que pueda parecer, la característica más esencial de las enfermedades infecciosas es su transmisibilidad, ¿verdad? Pues resulta que no. Una enfermedad infecciosa se considera transmisible o contagiosa cuando se propaga directa o indirectamente de una persona a otra, en general por secreciones, contacto con la piel, mucosas y fluidos o por microaerosoles.
Las enfermedades infecciosas no transmisibles se dan por situaciones excepcionales, por ejemplo, cuando se requiere de un vector como una mosca que porte al patógeno o tras una mala transfusión sanguínea a un paciente (no implica contacto entre dos personas). De todas formas y en un marco teórico, cualquier enfermedad infecciosa puede invadir al organismo si se utiliza el vehículo adecuado.
Creemos que la diferencia se explica sola: las enfermedades no infecciosas no se transmiten entre humanos ni a partir de vectores ni situaciones excepcionales. Una patología como la insuficiencia cardíaca o el cáncer, por mucho que entres en contacto con una persona que la sufra, sigue siendo exclusiva del individuo.
Llama la atención conocer que, en el año 2016, el 72 % de las defunciones se debieron a enfermedades no transmisibles (ENTs). Esto no resulta sorprendente cuando tenemos en cuenta que la enfermedad isquémica del corazón y el infarto son las dos primeras causas de muerte en todo el mundo. Esto se traduce, de forma estimada, en que más de 38 millones de personas mueren al año por causas no infecciosas. Desde luego estas cifras requieren de matización.
Aunque más del 70 % de defunciones en el mundo se producen por ENTs, en los países de bajo ingreso con infraestructura sanitaria deficiente este porcentaje rara vez llega al 40 %. En regiones empobrecidas, las infecciones del tracto respiratorio son la primera causa de muerte, ya que producen de forma anual más de 70 defunciones por cada 100.000 habitantes. A este grupo de patologías le siguen las enfermedades diarreicas, que sin tratamiento pueden tener efectos devastadores sobre el paciente (especialmente en infantes).
¿Qué conclusiones sacamos con estos datos? La cosa está clara: la enfermedad también es una cuestión de clase. Los integrantes de los países occidentales podemos “permitirnos” morir de viejos generalmente, lo que hace que las enfermedades cardiovasculares sean las causantes de nuestra defunción en la mayoría de los casos. No es ninguna casualidad que en Camerún la tasa de vida media sea de 59 años y en Alemania supere los 81 años.