Las estrategias dietéticas, como el ayuno intermitente, podrían formar parte de los tratamientos contra el cáncer, explica Valter Longo del Institute of Molecular Oncology en Italia durante el congreso internacional sobre dieta y cáncer que se celebra esta semana en el CNIO en colaboración con la Fundación La Caixa.
«Llevamos años estudiando estrategias que imitan el ayuno para combatir el cáncer, con buenos resultados; pasamos ahora a la fase en que los oncólogos empiezan a considerar su uso combinado con las terapias estándar. Lo interesante es que parece funcionar con cánceres muy diferentes y en combinación con terapias distintas. Así que es un abordaje muy prometedor», ha explicado.
Ya en su libro La dieta de la ‘Longevidad’, Longo aboga por el uso del ayuno intermitente tanto en la prevención de la enfermedad, como para complementar terapias contra el cáncer. La investigación ya está aclarando qué pasa en las células durante el ayuno, y por qué esto puede ayudar a frenar los tumores.
Se trata de actuar sobre la nutrición «no solo para prevenir el cáncer, sino como intervención terapéutica», afirman Marcos Malumbres y Nabil Djouder, investigadores del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) y organizadores del congreso internacional.
«Las células tumorales no saben parar su ciclo, están continuamente funcionando; las células sanas, en cambio, si les cortas la energía interrumpen automáticamente todos los procesos de división», explica Rafael de Cabo del National Institutes of Health, EEUU. Como la quimioterapia se dirige sobre todo a las células que sí están proliferando, si se administra cuando el paciente está en ayunas su toxicidad afectará sobre todo a las células tumorales, y se puede incluso aumentar la dosis.
Alejo Efeyán, jefe del Grupo de Metabolismo y Señalización Celular del CNIO, también subraya el potencial terapéutico de la alimentación. «La dieta, y los genes que se activan el exceso de ingesta y la obesidad, están íntimamente relacionados con el cáncer. Podemos intentar tratar y prevenir el cáncer mediante estrategias nutrifarmacológicas, alterando la dieta y las funciones de los genes asociados. Pero aún tenemos mucho que aprender para hacerlo de manera efectiva», señala.
La observación de poblaciones humanas longevas y con baja incidencia de cáncer; los estudios con modelos animales para entender qué pasa a escala molecular; y los ensayos clínicos muy controlados son el tipo de estudios que han demostrado, a lo largo de los años, la estrecha relación entre dieta y cáncer.
Cómo una dieta puede contribuir al cáncer
«El organismo dedica un gran esfuerzo metabólico a procesar los nutrientes y almacenar los productos derivados, de los que obtenemos la energía», explican Djouder y Malumbres. «Alterar este proceso, o forzarlo en la dirección errónea durante años y años, provoca situaciones de estrés en las células que favorecen el que algunas se vuelvan pro-tumorales y, quizás junto con otros factores, contribuyan al desarrollo de un tumor», añade.
Por eso, según estos investigadores, «para la mayor parte de la población, los hábitos de vida como la nutrición pesan en general más que los factores genéticos, al menos en las sociedades modernas. Hoy está claro que los hábitos de nutrición están detrás de muchos de los tipos tumorales más frecuentes, sobre todo los gastrointestinales y los de mama o próstata, dependientes de hormonas».
Otra área de máximo interés es el microbioma, la población de microirganismos que puebla literalmente todo nuestro organismo. Yasmine Belkaid (National Institute of Allergy and Infectious Diseases, National Institute of Health, EEUU), pionera en su estudio, señala el papel del microbioma en la inflamación, y su influencia en el cáncer a través de este fenómeno.
«Nuestra alimentación influye en la composición y diversidad de la microbiota intestinal, la llamada flora intestinal, que puede cambiar con alimentos específicos. Las alteraciones en la flora intestinal pueden provocar una inflamación general o la producción de metabolitos perjudiciales, que impactan sobre el desarrollo de muchas enfermedades, incluyendo cáncer», apunta Djouder.
Pero definir una ‘buena dieta’ para una microbiota sana «es complicado», añade. Como recomendación general, «una dieta variada puede constituir una medicina básica para mantener el buen funcionamiento de la flor intestinal», afirma.
Con información de Infosalus