Hay escenas cotidianas en las que el contacto físico aparece casi como un reflejo: una colega que acerca su mano al hombro para mostrar apoyo, un familiar que estrecha en un abrazo prolongado, una amistad que saluda con un beso. Para muchos, estos gestos resultan naturales, reconfortantes y hasta necesarios.
Sin embargo, para otras personas, lo que para los demás es muestra de cariño puede sentirse como una invasión. El rechazo al contacto físico no es necesariamente frialdad ni timidez; detrás de ese límite puede haber motivos psicológicos profundamente arraigados.
Una investigación difundida en 2025 por la Universidad de Binghamton y citada por Psychology Today profundiza en las razones por las que algunas personas experimentan el tacto como algo desagradable o incómodo.
El estudio identifica dos grandes factores: el estilo de apego —la forma en que cada individuo aprendió, en su infancia, a vincularse con los demás— y ciertos rasgos de personalidad agrupados bajo la llamada tríada oscura (psicopatía, narcisismo y maquiavelismo).
La aversión al tacto, definida como la tendencia a experimentar el contacto físico de manera negativa, puede condicionar amistades, vínculos familiares y relaciones de pareja.
“Para quienes lo experimentan, el contacto no representa siempre afecto ni seguridad”, explicó el equipo dirigido por Emily Ives. Aunque el tacto es una de las formas más primitivas de comunicación, la percepción varía radicalmente según la historia afectiva y los rasgos psicológicos de cada quien.
El grupo de Ives encuestó a 512 estudiantes universitarios para evaluar estilos de apego, presencia de rasgos de la tríada oscura y tendencias hacia la aversión al contacto físico.
Los resultados muestran que quienes presentan un apego evitativo —es decir, personas que crecieron evitando la dependencia emocional— rechazan con mayor frecuencia los abrazos, caricias y otras formas de contacto íntimo. Por el contrario, las personas con apego ansioso pueden buscar el contacto físico de manera intensa, incluso coercitiva, con fines de manipulación o seguridad personal.
No se trata solo de preferencias. “El contacto físico puede usarse como herramienta de poder en relaciones donde hay inseguridad o celos”, señala el estudio. Psychology Today remarca que los gestos pueden adquirir una dimensión instrumental y pasar del afecto al control.
Un segundo hallazgo es la influencia de los rasgos de la tríada oscura. Personas con tendencias elevadas a la psicopatía, el narcisismo o el maquiavelismo suelen emplear el contacto físico de manera estratégica: ya sea para establecer distancia emocional o para ejercer control.
Según la psicóloga clínica Ramani Durvasula, citada en The New York Times, el tacto puede funcionar como un mecanismo de dominio silencioso cuando lo ejerce alguien con este tipo de rasgos. “Una caricia inesperada o un abrazo en el momento inadecuado puede convertirse en una forma de marcar territorio más que de brindar afecto”, explicó.
Por su parte, Craig Malkin, profesor de Harvard y especialista en narcisismo consultado por The Washington Post, destaca que el narcisismo puede llevar a usar el contacto físico para obtener validación, imponer cercanía o reafirmar control: “Quien teme perder poder, busca en el cuerpo del otro una respuesta tranquilizadora a su propio ego”.
Sin embargo, los investigadores subrayan que la combinación de estos rasgos con un apego inseguro es la que incrementa el riesgo de que el contacto se vuelva coercitivo. Por sí solos, ni los estilos de apego ni los rasgos de la tríada oscura son determinantes, pero su interacción puede explicar ciertas dinámicas conflictivas.
Más allá de las particularidades psicológicas, reconocer que la sensibilidad al tacto es variable y subjetiva ayuda a evitar malentendidos y respetar los límites de los demás.
Hablar abiertamente sobre el nivel de comodidad con los gestos físicos legitima las necesidades de cada parte y fortalece la confianza en amistades, parejas y ambientes laborales. Establecer límites claros y atentos protege el bienestar emocional y previene situaciones de malestar o abuso.
La psicología muestra así que, aunque el contacto físico pueda parecer universalmente positivo, existen razones profundas y legítimas detrás de quienes prefieren mantener cierta distancia. La clave está en el respeto mutuo y en la construcción de vínculos donde el consentimiento y la empatía sean siempre protagonistas.
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